De Hasél a la democracia ‘ejemplar’: ¿por qué fallan los rankings internacionales?

23 marzo, 2021
democracia rankings

España es una “democracia limitada”, criticaba en enero el entonces vicepresidente del gobierno Pablo Iglesias. A pesar del revuelo y la desaprobación que ha provocado la afirmación en buena parte de la clase política española, las palabras de Iglesias se suman a la posición de diversos organismos y asociaciones internacionales –y hasta países como Rusia, recientemente – que han puesto en tela de juicio la calidad de la democracia en el Estado español. En los últimos años, la controvertida ley mordaza ha sancionado o enviado a prisión a artistas críticos con las instituciones del Estado, se ha perseguido a aquellos que denuncian o permiten un debate parlamentario sobre la unidad del Estado o la monarquía, mientras que la sentencia de los tribunales españoles a los políticos catalanes ha causado estupefacción internacional así como un recorrido jurídico muy corto y de distinto final en Bélgica y en Alemania…

España ha acumulado miradas desde todos los flancos: sentencias del Tribunal de Justícia de la Unión Europea, una manifiesta preocupación de la comisaria de Derechos Humanos del Consejo de Europa, denuncias de ONG como Human Rights Watch y Amnistía Internacional, asociaciones de abogados o del mismo Relator Especial de las Naciones Unidas sobre cuestiones de las minorías.

Discrepancias en la evaluación

Pese a ello, las instituciones españolas gozan de buena reputación en los rankings internacionales de democracia. El gobierno y los grandes partidos del Estado hacen gala de ello, manifestando así que España es una democracia ‘plena’ y ‘consolidada’. Si bien es cierto que la puntuación de España ha descendido en la mayoría de los índices en los últimos años, dicho descenso ha sido muy leve a tenor de los resultados que se han publicado en 2021. España mantiene el estatus de “democracia plena” (‘full democracy’) en el ranking del The Economist, donde ocupa el puesto 22 del mundo. Freedom House sitúa a España como un país libre (‘Free’), ocupando el puesto 34. Y por último, en el ranking Varietes of Democracy (V-Dem) España ocupa el treceavo lugar. En los tres rankings mencionados España está por encima de países como Francia o Estados Unidos.

Parece que existe una gran discrepancia entre lo que observan los rankings y lo que denuncian diferentes sectores tanto fuera como dentro del país. Los rankings suelen percibirse como indicadores objetivos de la realidad, pero, ¿es posible que fallen los rankings?

No hace falta ir muy lejos en el tiempo para encontrarnos casos muy evidentes de fracaso de los rankings internacionales: las agencias de calificación crediticia fallaron estrepitosamente a la hora de calificar episodios financieros importantes como la crisis del sudeste asiático del 97, la crisis financiera de 2008 o la crisis de la zona euro. A menudo existe una brecha importante entre lo que pretenden medir los rankings internacionales (como la calidad crediticia o la calidad de la democracia) y lo que oculta realmente el objeto en cuestión. Los objetos del mundo social no son fáciles de medir y esconden algunas facetas que pueden escaparse de la evaluación de los rankings.

Pensemos por ejemplo el caso de Rusia. A principios de este siglo, su apariencia formal se acercaba a la de una democracia: elecciones regulares, derecho de voto, competición para elegir un jefe de Estado y un jefe de gobierno, etc. Pero más allá de las apariencias, el estado ruso ocultaba mecanismos informales, prácticas profundamente antidemocráticas, que se escapaban de los instrumentos de medición de los rankings internacionales (para un ejemplo de los mecanismos informales, ver Estrin y Prevezer). Lo informal cuesta de medir y puede estar corroyendo la fachada formal de sistemas aparentemente democráticos sin que nos demos cuenta, igual que las agencias de calificación crediticia tampoco se dieron cuenta de determinadas prácticas en el sector financiero.

Tampoco podemos pensar que los Estados se esperan de brazos cruzados esperando que una agencia de calificación les tome las medidas. Los Estados actúan proactivamente, se adaptan, presionan e intentan influir: lo que Cooley y Snyder han llamado la “diplomacia de los ratings” en un muy recomendable artículo en la revista Foreign Affairs. Y es que los rankings internacionales, en lugar de cumplir su intención original de incentivar la rendición de cuentas de los gobiernos, acaban convirtiéndose en objeto de artimañas y lobbismo de los mismos Estados, “entusiasmados para mejorar su reputación sin llevar a cabo reformas reales”, como afirman los autores. Un ejemplo claro de lo primero es el caso de Georgia, que subió ni más ni menos que 75 posiciones en tan sólo un año en el ranking del Ease Doing Business del Banco Mundial. Apuntan Cooley y Snyder que los cambios que realizó el gobierno georgiano fueron sólo de fachada con el objetivo de mejorar en los índices del ranking, pero sin cambios estructurales que realmente mejoraran la competitividad del país.

El papel de la diplomacia en la elaboración de los rankings

Aparte de ‘trilear’ los índices internacionales, los Estados tienen otro instrumento mucho más poderoso en su “diplomacia de los ratings”. Se trata de practicar lobby directamente sobre los organismos que elaboran los rankings con el objetivo de obtener una mejor puntuación. Ocurre con frecuencia que delegaciones diplomáticas de los Estados visitan las sedes donde se elaboran los rankings. Cooley y Snyder apuntan los ejemplos de Heritage Foundation, Freedom House o el propio Ease Doing Business del Banco Mundial. Puntuar a la baja según qué Estado supone a menudo meterse en un problema.

Un servidor advirtió de hasta tres errores en la puntuación de España en el ranking del The Economist de 2020. La Intelligence Democracy Unit, creadora del índice, rehuyó en varias ocasiones dar explicaciones sobre dichos errores. El índice V-Dem sufrió una variación muy importante en la puntuación de España entre las versiones 9 y 10 de su base de datos. Mientras en la versión 9 publicada en 2019 apuntaba un claro retroceso democrático en España hasta niveles preconstitucionales, en la versión 10 dicho descenso había prácticamente desaparecido. Bien es cierto que suele haber cambios en las valoraciones de países entre versiones de una misma base de datos, normalmente debido a la aparición de información que no se conocía anteriormente. Pero dichos cambios son comunes en países en vías de desarrollo, donde hay menos acceso a la información, pero muy poco habitual en países desarrollados como España.

No sería nada descabellado pensar, por tanto, que España haya jugado a la diplomacia de los ratings en los últimos años. “Trabajar nuestra reputación” ha sido el principal propósito de España Global, organismo creado en 2018 en torno a la idea de que España era un país ejemplar y que sus malas valoraciones eran una cuestión de percepción exterior, no de reforma interna. Recientemente, el presidente del gobierno español Pedro Sánchez declaraba que el encarcelamiento de Pablo Hasél era un problema para la imagen de España. Obsesionarse por la reputación, las apariencias, sin llevar a cabo reformas reales es el principal motivo de por qué fallan los rankings internacionales.

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Autor / Autora
Profesor de los Estudios de Derecho y Ciencia Política de la UOC. Actualmente, su docencia e investigación se centran en la economía política internacional y la metodología y análisis de datos. Otros temas de interés son la Unión Europea y el regionalismo.
Comentarios
Santiago Casanova12 julio, 2021 a las 10:40 am

Siempre que opinamos, reflejamos nuestras ideas previas, inevitablemente. A grosso modo España es vista como democracía plena ( e imperfecta, claro ) por los analistas y ciudadanos constitucionalistas. Y España es vista como democracia no plena ( no sé si la expresión es correcta ) por muchos de los que no forman parte de este grupo heterogéneo. Este segundo grupo también es heterogeneo, por cierto, ya que incluye a ciudadanos de derechas e izquierdas, y a podemitas e independentistas de las diferentes comunidades que forman España.

Para opinar con «total» objetividad ( ¿eso existe?), tendríamos que conocer también mucho más a fondo el dia a dia de esos otros países con los que nos comparamos. Conflictos y movimientos críticos con la acción de gobierno existen en todas partes del globo, también entre las democracias plenas. Aquí incluyo también a la judicatura, con decisiones que pueden ser polémicas en algunos casos. Hacer clasificaciones, a mi modo de ver, es extremadamente complicado, como tu bien dices. Pero lo que no podemos hacer para defender nuestro punto de vista, creo, son dos cosas:

1.- cuestionar más aquellos organismos que piensan que sí somos una democracia plena ( eso, entiendo, insinúas en tu artículo para explicar porqué España sale bien parada en algunos de esos rankings: hablas de los lobbies, etc). Si acaso, todos los organismos que analizan la calidad de las democracias son cuestionables, también los que dan razón a nuestros argumentos.

2.- utilizar, primero, a Putin como argumento a favor de nuestras tesis. No creo, en mi opinión, en la objetividad del análisis del presidente ruso, sino que más bien pienso que el de Putin es un argumento como mínimo interesado y dicho en un contexto muy concreto. Entiendo que eso es lo que haces al utilizar la expresión «hasta Rusia … «. Por lo tanto, entiendo que la declaración del gobierno ruso no ayuda a demostrar la validez del punto de vista que defiendes. Y, después, recordar el famoso comentario de Pablo Iglesias también para reforzar tu opinión. Claro que su opinión es respetable y merece nuestro respeto y nuestro análisis, y seguramente tenga parte de razón, pero dudo mucho que este político, caso de que subiera al poder algún dia, consiguiera hacer subir precisamente a nuestro país en estos rankings. Más bien veo a Iglesias como a un político de un perfil bastante caudillista.

En cualquier caso, no quiero que intepretes mis comentarios como un rechazo frontal al punto de vista que se refleja en tu artículo, que he encontrado muy interesante. El tema que tratas ofrece muchos matices, se enmarca en un contexto español muy concreto, y es lógico que hayan discrepancias al respecto.

Responder
    Jordi Mas13 julio, 2021 a las 10:02 am

    Gracias por el interés en el artículo.
    El artículo parte de la idea que los rankings suelen percibirse como indicadores “objetivos” de la realidad, por lo que se realiza dos preguntas principales:
    – Es posible que fallen los rankings internacionales? La respuesta es que sí. Existen numerosos ejemplos.
    – Por qué fallan? Se aporta evidencia de algunos de los motivos.
    Se concluye que, en el caso de la democracia en España, evidencia presentada como “objetiva” también puede fallar. Los elementos “subjetivos”, como las opiniones de Pablo Iglesias, de Rusia, o del gobierno español, son de interés por su mera existencia en el debate, pero no es objetivo del artículo analizarlos, debido a que ya se presupone su subjetividad.
    Es dudoso ubicar los “analistas” con los constitucionalistas en el grupo que opinan que España es una democracia plena. También existen analistas, de índole muy diversa, que opinan lo contrario.
    Un saludo,

    Responder
Santiago Casanova15 julio, 2021 a las 2:11 pm

Gracias por tu respuesta, no quería molestarte con mi desacuerdo parcial.

Desde luego, los rankings deberían estar bajo sospecha, como dices. Es aquello de quién controla al que controla, y quien lo ha nombrado. Lo vemos en todos los ámbitos de la vida. la OMS, la ONU ( un presidente de la ONU -Kurt Waldeim- tuvo un pasado nazi : ¿ a cambio de qué le dieron ese puesto?, …). Etc etc etc. Aunque ello no indique que no seas dignos de consideración y seguro que vale la pena seguirlos o saber qué dicen.

Y, por supuesto, los analistas están en todos los lados, también entre los que piensan que España no es un país democrático. No lo indiqué porque pensaba que se sobreentendía, perdona.

No soy ni mucho menos un gran lector, pero curiosamente, hoy mismo he leído un correo de Agenda Pública al que estoy suscrito ( no sé quienes son, pero los encuentro interesantes) que dice lo siguiente:

Mientras el Gobierno de Díaz-Canel apuesta por reprimir (llamando al «combate») y polarizar (revolucionarios contra contrarrevolucionarios), una buena parte de los actores internacionales también se polariza y traslada la disputa a la política doméstica (está pasando en España, en Argentina, en Chile, por mencionar unos pocos). Como se ha dicho por aquí, que la (hiper)ideologización no sustituya al análisis.

Básicamente a eso me refería cuando te contesté tu interesante artículo. La ideología previa inunda todos nuestros análisis.

Me he vuelto a enrollar, y no hacía falta seguramente. No hace falta que contestes, y encantado con tu respuesta.

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