Día Internacional de la Democracia

26 septiembre, 2019

A raíz de la celebración el pasado 15 de septiembre del Día Internacional de la Democracia analizamos la salud del sistema democrático en el mundo.

El pasado 15 de septiembre se celebró el Día Internacional de la Democracia. Según las Naciones Unidas, “la democracia se basa en la inclusión, la igualdad de trato y la participación, y es un elemento fundamental para la paz, el desarrollo sostenible y los derechos humanos”.

Más allá de los posibles efectos positivos de la democracia sobre las comunidades políticas (unos efectos que la literatura especializada ha tratado de contrastar empíricamente), el elemento clave que permite denotar la existencia de una democracia es la participación política: precisamente, la Declaración Universal de Derechos Humanos establece que «la voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público» y que “esta voluntad se expresará mediante elecciones auténticas que habrán de celebrarse periódicamente, por sufragio universal e igual y por voto secreto u otro procedimiento equivalente que garantice la libertad del voto (artículo 23)”.

Es decir, en síntesis, la democracia puede ser concebida como el mecanismo mediante el cual los ciudadanos, a través de su participación en elecciones, reconocen la autoridad del poder político para tomar decisiones colectivas vinculantes. En este sentido, las condiciones reales bajo las que se produzca esta participación política determinarán si un país es más o menos democrático. 

Desde una perspectiva de máximos (de carácter normativo) que nos acercaría al ideal democrático, esta participación debe producirse bajo condiciones de igualdad, de tal modo que todos los miembros de la comunidad puedan participar en la toma de aquellas decisiones colectivas vinculantes que, en mayor o menor medida, les afecten. Esta condición de igualdad exige: (1) La participación efectiva de los ciudadanos y la posibilidad real de expresar sus preferencias; (2) la igualdad del voto, es decir, que todas las preferencias tengan el mismo efecto sobre la decisión colectiva; (3) que todos los ciudadanos tengan la oportunidad para descubrir qué decisión colectiva satisface en mayor medida sus intereses (“comprensión ilustrada”); (4) que los ciudadanos controlen la agenda política, es decir, puedan determinar los temas sobre los que conviene tomar una decisión colectiva; y, finalmente, (5) la inclusión de todos los ciudadanos adultos en el proceso. 

Desde una perspectiva de mínimos (de carácter más procedimental), el atributo esencial de una democracia es que haya una competencia política efectiva, es decir, elecciones competitivas reales que la oposición política pueda ganar, y que el resultado electoral sea aceptado. Este punto de vista exige: (1) que exista oposición política al gobierno; (2) que los resultados electorales sean inciertos; (3) que los resultados electorales sean irreversibles, sean aceptados; y (4) que los procesos electorales se repitan a lo largo del tiempo siguiendo un calendario predeterminado. 

Con independencia de cuáles consideremos que son los atributos esenciales de la democracia, antes de poder calificar un sistema político como democrático es necesario descubrir si los distintos elementos se dan en la realidad o no (y en qué medida). Para ello estas características de las democracias deben transformarse en variables contrastables que permitan su evaluación y, en definitiva, la clasificación de los distintos regímenes políticos. 

La perspectiva de la igualdad en términos de derechos políticos y civiles está en la base de las evaluaciones que realiza periódicamente Freedom House, mientras que “Polity IV” incluye en sus análisis los aspectos de carácter estrictamente políticos o procedimentales; por su parte, la propuesta de “V-Dem” incorpora tanto los aspectos procedimentales (con el índice de “democracia electoral”) como los aspectos relativos a los derechos políticos y civiles (con el índice de “democracia liberal”).

Los resultados de estas iniciativas alimentan el debate actual sobre el avance o retroceso de la democracia en el mundo. Si bien es cierto que estos índices reflejan un avance de la democracia (particularmente entre los años 1990 y 2006, cuando el porcentaje de democracias pasa del 40% al 60%), a partir del año 2006, los índices de democracia en el mundo son mucho más inestables: mientras que el índice de Freedom House experimenta una evolución negativa, el índice de “Polity IV” aumenta ligeramente. Por su parte, el índice “V-Dem” indica la existencia de un cierto retroceso de la “democracia liberal” en favor de la “democracia electoral”. 

Así pues, parece que bajo el enfoque minimalista (o procedimental) que identificaría una democracia, la “salud” democrática es bastante robusta. Sin embargo, si se adopta un enfoque maximalista (vinculado a una idea de igualdad jurídica en la participación política de los ciudadanos), la “salud” de la democracia en el mundo ha experimentado una cierta involución o, como mínimo, parece mejorable. Sin duda, los efectos derivados de la globalización (y de los cambios tecnológicos) y las dificultades de las democracias contemporáneas para responder a los desafíos sociales o económicos que estos efectos implican están en la base de problemas como la desconfianza y la desafección ciudadana o el ascenso de partidos y movimientos antisistema. En la medida en que estos fenómenos pueden incidir negativamente en las condiciones de igualdad que permiten el desarrollo de las democracias, parece más que justificado celebrar el Día Internacional de la Democracia.

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